
Dice la leyenda que, en una mañana de primavera, el Cid fue atravesado por una flecha mientras planeaba su próximo golpe contra los enemigos musulmanes que sitiaban la ciudad de Valencia. Consciente de su trágico final, pidió a sus guerreros que embalsamaran su cuerpo y le montaran en su caballo Babieca en la próxima batalla. A la mañana siguiente, los tambores moros retumbaron por las murallas de la ciudad y los caballeros cristianos salieron a su encuentro con el cuerpo de el Cid a la cabeza. Las tropas árabes, que lo creían muerto, huyeron de pánico al observar la escena. Y así fue como el Cid Campeador ganó la batalla después de muerto, al igual que lo ha hecho estos días Adolfo Suárez.
Los dos fueron invencibles en las batallas a campo abierto. Adolfo Suárez logró reunir en un mismo ejército a falangistas conversos, democristianos y socialdemócratas, entre otros, para demoler el edificio franquista. Al igual que el Cid, fue desterrado y consiguió, después de muerto, vencer su última batalla al conseguir unir con una sola voz no sólo al pueblo español sino también a políticos, intelectuales y medios de comunicación. Adolfo Suárez habrá perdido la batalla contra el Alzheimer pero ha ganado la guerra a sus enemigos políticos. Como reza su epitafio «La concordia fue posible». Ambos fueron enterrados, junto a sus esposas, en dos hermosas catedrales castellanas. Descansen en paz.
«El futuro no está escrito, porque sólo el pueblo puede escribirlo»
Adolfo Suárez.
Una comparación muy acertada. Ha sido un reconocimiento popular desbordante e inesperado.
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Sí, la verdad. La muerte del ex presidente ha unido a más gente que en un estadio de fútbol, que ya es decir mucho
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