No son cosas de críos

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“¡Zorra, pelota, pija…!”. Estos eran algunos de los insultos que escuchaba en clase durante mis años escolares por rechazar a un chico, sacar buenas notas o vestir un chandal de Nike. El callejón que conducía al patio del colegio, actualmente trasladado a un barrio periférico, me recordaba al de una plaza de toros donde los bravos de mi clase me acorralaban para cornear mi autoestima y pisotear mi orgullo. También recuerdo la impasividad de los profesores, sus reprimendas inútiles y… la famosa frase que les exculpaba: “Son cosas de críos”.

Han pasado ya quince años y todavía perdura en mi memoria el llanto de mi mejor amiga, que también sufría acoso en su colegio; los insultos de mis acosadores; el silencio de mis supuestos amigos y amigas y la angustia de mi familia, que al fin se dio cuenta de la gravedad del problema.

Pero en vez de minar mi personalidad, esta experiencia me hizo cada vez más fuerte y jamás dejé de luchar. Me repetía diariamente delante del espejo: “Yo soy normal, el problema es de ellos. Ya madurarán”. Me alimenté durante años de este pensamiento e intenté llevar una vida normal. Con dieciséis años, tras ver que mis hostigadores no maduraban y que mis profesores no me ayudaban, me cambié de colegio. Pero…, ¡todavía continuó el acoso en la calle! Mi madre decidió actuar con firmeza y acudió al director del colegio para amenazarle con denunciar el hecho ante la Policía, el Juzgado, el Consejo Escolar, la Administración Educativa, los medios de comunicación… Y al fin pude respirar tranquila.

Tiempo después, un niño llamado Jokin se suicidó en Fuenterrabía víctima del matoneo escolar. Este suceso accionó las campañas contra el bullying y tanto las administraciones educativas como el profesorado comenzaron a asumir un fuerte compromiso, tardío en mi caso, ante el acoso escolar. Compromiso que evidentemente no ha cristalizado en vista de la noticia que saltó ayer en la prensa nacional sobre la concesión de una discapacidad del 33% a un menor víctima del bullying.

A veces pienso que tengo el deber de contar mi historia para ayudar a los chicos y chicas a enfrentarse a este problema, pues desgraciadamente no todos pueden pronunciar aquella frase delante del espejo. Curiosamente, me he encontrado con algunos de aquellos chavales que me hostigaban y me han pedido perdón porque, con el paso de los años, se han dado cuenta del daño que me hicieron. Aunque ya no tiene remedio, me queda este consuelo.

 

Photo by Annie Spratt on Unsplash

6 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Jose Maria Alonso Lorente dice:

    Paula!! Has retirado la ultima entrada al blog?? No deja leerla. Sigue dando caña!!!
    Buen dia

    Enviado desde iPhone 4S

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    1. Parece que hubo un error. ¡Gracias por tu apoyo Josemari!

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  2. Pilar dice:

    Enhorabuena por tu artículo. Es un ejemplo de superación. Gracias por compartirlo.

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    1. Muchas gracias, Pilar. La verdad es que no ha sido fácil contar públicamente mi historia pero creo que es bueno reivindicar.

      Saludos 🙂

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  3. Manuel Hdez dice:

    El acoso es más duro si no se produce entre líneas, en silencio y con menos público que al revés. El acosador se cree impune, líder, acompañado en su ego y narcisismo, fuerte, pero es un cobarde un acomplejado que necesita autoretroalimentarse de la impasividad de los demás.
    Gracias por contar tu experiencia, por traspasar el túnel y ver la luz. Los cobardes prefieren actuar en las tinieblas.
    La partida la has ganado tú al final. Claro está.

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    1. Muchas gracias por tus palabras, Manuel 🙂

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