El uso del anonimato es una forma válida de garantizar la libertad de expresión en los estados democráticos, pues permite votar o expresar libremente una opinión política, literaria o humorística; y para proteger la identidad de los ciudadanos en los estados dictatoriales en los que existe censura y represión política.
Actualmente, Internet se ha convertido en un territorio hostil en donde algunos aprovechan el anonimato para, agazapados tras su seudónimo, lanzar cuchillos virtuales sobre sus víctimas; un instrumento excelente para amenazar, difamar, insultar y lesionar el honor de las personas con total impunidad; el paraíso de los encapuchados: trolls informáticos, detractores políticos, acosadores sexuales, fundamentalistas religiosos…, que propagan demagogias, falsedades e insultos para descargar sus frustraciones y sentirse poderosos. Pero lo que más impresiona es que tras el pasamontañas virtual hay una persona ‘normal’ (amigo, vecino, compañero de trabajo…) que podemos conocer por su nombre y apellido.
Las redes sociales involucionan hacia la Prehistoria en lugar de desarrollar sistemas de convivencia pacífica y defender los valores de una sociedad que ha vivido dos guerras mundiales y los horrores del nazismo. Desear la muerte a alguien o alegrarse de las desgracias ajenas por la simple razón de ser o pensar diferente es un hecho cotidiano al que, por desgracia, nos estamos acostumbrando.
Prohibir el anonimato en Internet acabaría con los encapuchados virtuales pero se excluirían valiosas opiniones, denuncias y propuestas de aquellos que no quieren o pueden dar su nombre real por el motivo que sea. Probablemente, la solución no esté tanto en la censura como en la educación, que comienza en el entorno familiar y que debe ejemplarizarse en los medios de comunicación. Una sociedad educada es una sociedad que progresa en armonía y civismo, y que permite ganar las batallas de la opinión, la razón y la moral sin necesidad de esconderse detrás del pasamontañas.
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Es muy grave la cobardía del que se esconde detrás de un nick, vomitando insultos, improperios, amenazas y veleidades quizás consecuencia y causa directa de sus propios complejos y cobardías.
Pero no sé si es de peor cobardía el callar o silenciar las redes sociales a la población como es el caso comunista de Cuba donde la ciudadanía no puede ni convertirse en portavoz de sí misma, prohibiendoles la internet doméstica y poniendo precios inasumibles a la wifi de pago.
Ambas posturas son igual de reprobables y execrables.
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