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Artículo publicado en El País y en  Neupic 

El pájaro azul de Twitter forma parte de nuestra vida cotidiana desde hace casi una década. Anteriormente, los medios de comunicación transmitían las noticias nacionales e internacionales y bastaba con acudir a la peluquería para conocer la vida de los famosos. Hoy en día, Twitter facilita el acceso a cualquier información en tiempo real y desde cualquier lugar, y permite de forma asombrosa la interacción de miles de seguidores.

La enorme repercusión social que tiene Twitter ha provocado que políticos, periodistas, comentaristas y sociólogos lo utilicen como herramienta para medir la opinión pública y consideren, erróneamente, que los trending topics o hashtags son indicadores de los principales temas de interés de la ciudadanía y barómetro de la opinión de los españoles. Y qué decir de la gran parte de los usuarios de esta plataforma que utilizan perfiles falsos tras un avatar que no requiere autenticación. Es curioso cómo los medios de comunicación hacen referencia a comentarios procedentes de ‘Bob Esponja’, ‘Dalai Dama’, ‘Lord Voldemort’ y hasta del mismísimo ‘Papa Francisco’. 

¿Hasta qué punto Twitter representa a la sociedad y los tuiteros a los ciudadanos? Parece que esta famosa red social se ha convertido en un sustituto rápido, y sobre todo barato, de las encuestas políticas y sociológicas. Pero esta plataforma no puede representar en ningún modo la opinión de la sociedad española en su totalidad pues un gran número de españoles no tiene acceso a internet o no usan este servicio porque no les interesa o no saben utilizarlo. Tampoco se tiene en cuenta que la gran mayoría de los usuarios de esta red son jóvenes de entre 18 y 30 años.

Twitter tiene a su favor el hecho de haberse convertido en el megáfono social por excelencia pero también en una herramienta que garantiza la libertad de expresión, pues conecta con los ciudadanos y hace públicas sus voces. Es un espejo virtual que refleja gran parte de la realidad social y cultural en la que vivimos. Pero no se debe olvidar que, como el espejo retrovisor de un coche, siempre hay un ángulo muerto que se escapa de nuestra visibilidad.

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