Capítulo final. El regreso

Dice el refrán que “el que se va sin que lo echen vuelve sin que le llamen». Así que un veinticinco de febrero aterricé en el país de las oportunidades, los sueños y la libertad. Tal vez haya algo de verdad en que los jóvenes somos impacientes y que lo queremos todo de inmediato, pero yo sentí que mi país me echaba temporalmente. Un años después, regreso a España con los mismos sueños, un montón de amistades incondicionales, la satisfacción de haber sido valorada a nivel personal, académico y profesional y con la mochila cargada de experiencias increíblemente enriquecedoras que han dado a mi vida una nueva perspectiva.
—Aviso para los señores pasajeros del vuelo 8932 con destino Madrid. Por favor, embarquen por la puerta 10D, —informa una voz femenina por la megafonía del aeropuerto. Y como toda maleta que cruza el océano conmigo corre peligro de extinción, rezo mientras subo la escalinata del avión: <<Virgencita, Virgencita, haz que llegue sana y salva mi maletita>>.
Las luces se encienden, las turbinas arrancan y el comandante pide permiso por radio para rodar. ¡Ya no hay marcha atrás! Estoy sentada al lado de una niña de Chicago, de aproximadamente siete años, con un vestido amarillo y peinada con dos trenzas. Viaja sola pero no demuestra ninguna preocupación. Conversa alegremente conmigo mientras colorea dibujos de animales y paisajes en un cuaderno que una azafata le ha proporcionado.
En un momento dado, el avión se adentra en unas espesas nubes que derivan en fuertes turbulencias y bruscas sacudidas. Las luces parpadean, las máscaras de oxígeno se desprenden de sus compartimentos y los pasajeros empiezan a gritar. El miedo extremo se apodera de mí y pienso lo peor. Me giro hacia la niña y compruebo que sigue pintando en su cuaderno sin alarmarse en ningún momento por lo que ocurre a su alrededor.
—¿No tienes miedo? —le espeto tras observar su extraño comportamiento.
—¡Qué va! Mi papá es el piloto —me responde sonriente.
De pronto, el avión se estabiliza, las luces vuelven a iluminarse y el cielo se despeja. <<¡Uf, ya ha pasado! Sólo ha sido un susto>>, pienso mientras escucho por radio las palabras tranquilizadoras del comandante. Al igual que en este vuelo, he superado tempestades y resuelto problemas y situaciones extremas, pero mi piloto interior ha reunido la ilusión, el esfuerzo y la motivación necesarios para no estrellarme en el intento.
Y mientras caigo en un profundo sueño, hago balance mental de estos doce meses. He realizado con dignidad entrevistas de trabajo cuyas pruebas eran más duras que para entrar en la NASA; he sobrevivido en un país en donde la sanidad pública no existe, he forjado amistades desinteresadas que me han guiado y aconsejado durante todo mi recorrido; he realizado prácticas en una empresa americana de emprendimiento social que me ha dado otra visión sobre el mundo de los negocios; he valorado el coraje de los emigrantes ilegales y la injusticia del racismo; he repensado mis valores, creencias y opiniones y, sobre todo, he aprendido a conocerme mejor y comprender que soy capaz de superar cualquier situación por muy adversa que sea. En definitiva, regreso con un buen chute de autoestima personal y profesional.
—Señores pasajeros, bienvenidos al aeropuerto de Barajas. Por favor, permanezcan sentados, y con el cinturón de seguridad abrochado hasta que el avión haya parado completamente —anuncia la azafata.
He llegado a mi destino. La lucha continúa y la vida me depara nuevos desafíos y aventuras que estoy dispuesta a afrontar con valentía. Estoy viendo la luz al final del túnel y sólo necesito un golpe de suerte para llevar a cabo con éxito mis planes de futuro.
La cinta del equipaje gira y gira sin cesar. Veo a mi hermana que me saluda con la mano y salta cada vez que la puerta se abre.
—¡Oh, nooo! ¿Pero dónde está mi maleta? Ya empezamos. ¡Eh, oiga! Por favor, deténgase, ¡esa es mi maleta! —grito desaforada. Una señora me pide mil disculpas por la confusión. Me dice que la suya también era roja aunque le había extrañado un lazo amarillo que ella no había puesto.
Ahora sí. Todo está bien. Cruzo la puerta con el pie derecho y abrazo a mi hermana.
Bienvenida!!!!
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¡Gracias, prima! Nos vemos pronto 😉
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